La Parroquia de San Lorenzo – Paisaje de mi infancia – 187

Mi familia vivía en la calle San Vicente, así que la vecina plaza de San Lorenzo pertenece a la entrañable memoria de mi infancia: el zapatero al doblar la esquina, el kiosko donde compraba chucherías y cómics, los fantasmagóricos platanos de indias, la basílica del Gran Poder, la parroquia de San Lorenzo…
Su torre de amplios vanos me dejaban ver sus campanas y, en el muro, siempre exacto, su reloj marcaba las horas de las idas y venidas, de las misas, del final de la Semana Santa con la Soledad cruzando la puerta del templo. Y, cada vez que yo también cruzaba el dintel, me esperaba la bellísima virgen de Rocamador con su suave y fascinante sonrisa y su pose elegante o se me aparecía humilde y arrobada en el famoso cuadro de la Anunciación de Villegas. Allí conocí a los primeros hermosos ángeles lampadarios, ese teatral y efectivo descubrimiento sevillano que nos llama desde su aérea belleza a contemplar el altar mayor. Y antes de irme, apartaba los paños de damasco para, tras la reja, maravillarme con la capilla del Sagrario, que era como una pequeña y asombrosa iglesia dentro de otra iglesia. Y así, los muchos días de repetidas miradas, de reiterados pasos, de asombros renovados fueron educando a mi alma en lo que era bello, en lo que era misterioso, en lo que iba más allá de tus ojos.

Juan Pablo Navarro Rivas
Maratania
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