Y me bañé en los mares de la Luna – 15

Nada mejor que un buen baño en la luna“Y me bañé en los mares de la Luna” es el final de una historia infantil. En la clase de mi hijo Borja, de 5 años, cada semana uno de los alumnos lleva a su casa un cuaderno en el que tiene que relatar un viaje familiar. Lo estuvimos viendo y había mucho Orlando, mucho Eurodisney, mucho campo, mucha playa. Qué prosaico, me dije, que donde no lleguen los pies, llegue la cabeza. Borja, ¿te parece bien que viajemos a la Luna? ¡Bieeeeeeeeen! -gritó, con ese vocerío que nos estremece cada vez, que son muchas, que se quiere hacer notar.
Así que nos pusimos manos a la obra. Habíamos ido a la Luna y lo primero que teníamos que recordar era cómo lo habíamos hecho. Desechamos la idea del cohete, muy cara para nuestros pobres ingresos. Pensamos y pensamos, y claro, Borja sólo pudo ir en bici. Otra vez, Borja retumbaba: ¡Cohete Nooo, bici sííí, cohete NOOO, bici SÍÍÍ, COHETE NOOO, BICI, SÍÍÍ!
Un poco más sordos, salimos para la Luna. Sorteamos aviones, satélites, asteroides, ¡carril bici, ya!; pedaleamos y pedaleamos. Por cierto, ni una ventita, ni siquiera una gasolinera donde parar y tomar una cervecita (una sola, no más, que luego vienen los accidentes y la policía interestelar con las multas). ¡Boooorja!, deja de hacer eses y derrapar, que te chocas.
Por fin llegamos a la Luna. No os lo váis a creer, con lo atestadas que están siempre las playas, no había nadie; sólo un par de astronautas despitados con traje de buzo jugando a poner banderitas y… poco más. ¿Pero se puede hacer algo en la luna aparte de dar saltitos? Nosotros lo hicimos; una vez allí,  todo fue de lo más normal; igual que cuando se va de veraneo:  montar a caballo, jugar al tenis y, claro, bañarse en los mares de la Luna.

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