La torre de don Fadrique me evoca a mi infancia en el barrio de San Vicente. Su estampa huidiza me incitaba a buscarla entre las calles o a encontrarla certeremente desde la azotea de mi casa. Y me trae a la memoria a mi padre, médico durante largos años de las monjas del convento de Santa Clara donde se hospeda la torre.
Mi recuerdo más reciente lo debo a la edición de Casas Sevilanas. Durante toda una mañana tuve la oportunidad de retratarla, de recorrerla e, incluso, de entrar y subir por sus ruinosas escaleras y disfrutar de la Sevilla que se asomaba a su balcón con el sol en el levante camino del mediodía.
Sólo cuatro años habían pasado desde la Reconquista de Sevilla, cuando, en 1252, el infante don Fadrique, hijo de Fernando III, la mandó construir como torre exenta de su palacio. Bien sabréis que en 1277, su hermano, Alfonso X, ordenó su ejecución acusandolo de conspirar para derrocarlo. Y, así, la vida sigue igual, seguimos construyendo torres altas y conspirando por nuestras causas y luego ¡zas! todo acabó.
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