Hay que guardarse de decirles que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. (Italo Calvino – Las ciudades invisibles – 1972)
Cuando camino, alguna veces imagino que me cruzo con la sombra del primer romano que holló nuestras calles, que mi cuerpo lo atraviesa el primer cuchillo que mató, que mis labios rozan el primer beso de amor que se ofreció. Hispalenses, isbilianos, sevillanos y forasteros que un día fueron en Sevilla se convocan a mi paso.
Algún día me crucé con César por la Alfalfa, con el rey don Pedro en el Alcázar y con Colón en la Cartuja. En la Giralda veo a Hernán Ruiz que imaginó su soberbia corona y al humilde albañil que apiló sus ladrillos. Y, en él, al panadero que coció el pan que comió, a su madre, a la madre de su madre y a todas la madres y, de repente, la Humanidad toda se hace presente en un pequeño azulejo.
Veo una casa y la recreo hace 100 años, hace 200, hace 1000. Quizá, entonces era un olivo, un caballo, un niño que jugaba. Doy vueltas y como en una noria las imágenes se vuelven infinitas.
Si, al igual que en las estrellas vemos la luz que un día fue y ya no es, pudiéramos escuchar las voces que ya se callaron, si pudiera escuchar el primer suspiro, la primera gracia, el primer verso. Si pudiera aprehender todas las sombras que fueron y que serán.
Cuántas veces me crucé contigo, tú conmigo y yo con él. Cuántas veces me crucé con el que yo era y con el que seré.
Pero invisibles a mis sentidos, todos los fantasmas pasan y solo dejan vagos pensamientos que se evaporan al andar.
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