El descubrimiento de América y la importancia que adquirió Sevilla desde entonces, atrajo personajes y artistas como el ollero italiano Niculoso Pisano, quien, a principios del XVI, revolucionó este arte en Sevilla al introducir el azulejo pintado. La llegada en 1561 del flamenco Frans Andríes asentó esta técnica definitivamente. En el XVII empezaron a introducirse los azulejos de “tipo Delft”, piezas pintadas con motivos independientes enmarcados en un círculo. Durante el siglo XVIII, se popularizaron con los llamado de montería por sus motivos de caza. En 1841, Charles Pickman fundó la fábrica de La Cartuja de Sevilla, donde se unieron las técnicas industriales inglesas con las tradiciones sevillanas. Junto a ésta, destacaron los alfares trianeros como el de Mensaque. La evolución culminó con la arquitectura regionalista de principios del XX que propició la consecución de obras maestras de este arte con las obras de Rodríguez y Pérez de Tudela, García Montalbán o Manuel Vigil-Escalera.
El alicatado se realiza con la yuxtaposición de pequeñas piezas de formas geométricas a modo de mosaico. Gestoso lo expone así: «los albañiles cortaban con la herramienta que se conoce con el nombre de «pico», de placas y losetas monocromas blancas, verdes, azules y meladas, yuxtaponiendolas, y por tanto sin que entre ellas hubiese más línea divisoria que la del corte».
En la técnica de cuenca o arista, tras modelar la loseta a presión con un molde, se pintan los huecos resultantes.En el siglo XVI, el italiano Niculoso Pisano y, tras él, el flamenco Frans Andríes introdujeron el azulejo pintado en Sevilla. Este permitió la total libertad del artista para desarrollar cualquier tipo de escena. En el XVII surgió la costumbre de adornar fachadas con retablos de azulejos con motivos religiosos. Estos llegaron a derivar, incluso en un uso comercial; el anuncio del Studebaker de 1924 en la calle Tetuán es el mejor ejemplo de ello.