Las torres, por su altura, están para ver y para ser miradas. En esto, la torre de Santa Ana es privilegiada; la cercanía del río proporciona la distancia justa para verla desde la orilla sevillana en el intenso horizonte trianero. Si, en la Giralda, el Renacimiento corona lo musulmán, en Santa Ana, el Barroco realza lo mudéjar y su campanario adornado con azulejos azules regala un alegre cromatismo.
Jacarandosa, plena de donaire y gracia, su arquitectura simboliza el barrio universal de Triana. Y, superando a la jacaranda, cuyas flores azules tintan sus ramas dos veces al año, la torre de Santa Ana florece, siempre azul, a cada una de tus miradas.