Muchos ya sabréis que el Ayuntamiento tiene el proyecto de decorar el malecón de la calle Betis entre el puente de Triana y el de San Telmo con azulejos. El primero, en el centro, llevaría el nombre del barrio, el segundo estaría inspirado en un grabado de 1567 realizado por Anton Van Den Wyngaerde y el tercero recrearía otra estampa de la Sevilla antigua.
La iniciativa, de por lo menos dudoso gusto, irá seguramente unida a infinitivos como modernizar, dinamizar o el horroroso poner en valor. Será posible porque estará coaligada con la prodigalidad con que los sevillamos usamos los azulejos en donde no debemos, desde la fachada de una iglesia hasta una casa de vecinos, alcanzando al propio zócalo de azulejos en el patio del colegio de Arquitectos (recuerdo que en los años setenta se llegó al culmen de este abuso: numerosas fachadas se cubrieron con azulejos de cuarto de baño por eso de la limpieza, la higiene y porque quedaba muy bonito).
A ello se unirá la perdida de lo que ya tenemos, un malecón cuya arquitectura procede de finales del XVIII y que sorprendentemente sobrevive. No entiendo la falta de cariño y la falta de respeto que tenemos los sevillanos con nuestra herencia; todo nos parece bien y viva el progreso que los tiempos adelantan una barbaridad. No, los sevillanos no necesitamos invasores para destruir nuestra ciudad.
La cosa es que me temo lo peor. No quería las Setas, aquí están; no quería la torre Pelli, cada día más alta, no quería la fuente piscinera de la Puerta Jerez, cada vez más vulgar. Perderemos dinero y perderemos el malecón para nada que no tengamos ya, pues ya está la torre de Santa Ana con su campanario de azulejos para, escribamos como políticos, dinamizar Triana.
Tengamos la esperanza de que nuestro Ayuntamiento rectifique a tiempo. Así sea.
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