Santa María la Blanca es una de las cumbres del barroco andaluz por el despliegue ornamental realizado para celebrar el Breve a favor de la Inmaculada. La fuerte crisis económica de la década de los treinta, crítica desde la epidemia de peste de 1649, dificultó la realización de nuevos proyectos arquitectónicos. La creatividad derivó a un espectacular barroquismo en el exorno de obras ya existentes. El uso del yeso, uno de los elementos más característicos de la arquitectura mudéjar, se relanzó en el barroco como medio idóneo para conseguir sus propósitos decorativos. Paradigma de ello es Santa María la Blanca, donde, entre 1662 y 1665, los hermanos Pedro y Miguel de Borja imaginaron la profusa ornamentación de yeserías de las bóvedas y de la cúpula del crucero. Sobre un fondo dorado, el blanco yeso lo invade todo con motivos turgentes en forma de guirnaldas, volutas, formas vegetales, querubines y angelitos, sin dejar lugar al vacío. Este espacio sorprendente y sugerente influyó en gran medida en la arquitectura barroca andaluza.
Las obras fueron costeadas por los feligreses de la parroquia y, en especial, por el canónigo Justino de Neve, hijo de una rica familia de mercaderes flamencos y fundador en 1675 del Hospital de los Venerables como asilo para sacerdotes.
La decoración con yeserías tiene su contrapunto en las pinturas al fresco que adornan arcos y muros laterales. Además, cuatro lienzos semicirculares de Murillo se encontraban bajo la cúpula y en las cabeceras de las naves. Estos fueron expoliados por las tropas francesas del mariscal Soult, parte del millar de cuadros que éstas se llevaron de la ciudad, aparte de esculturas, libros, plata labrada, tapices y otros objetos artísticos. Actualmente, dos de ellos se conservan en el Museo del Prado, existiendo en esta iglesia sólo unas copias, y los otros dos se encuentran en el extranjero. En la nave izquierda, afortunadamente, sí se conserva una Sagrada Cena original de Murillo que se ha restaurado en 1999.
La Piedad se encuentra en un retablo renacentista reformado en el XVIII. Es la última obra conocida de Luis de Vargas, quien la pintó en 1564. Representa a Cristo tras ser bajado de la cruz rodeado por las Marías y San Juan y con la Magdalena besándole los pies. Perfilándose en el fondo tenebroso aparece el Calvario y una escena que representa el Entierro de Cristo.
Juan Pablo Navarro Rivas