«Era Fernando un hombre extraordinariamente fino y simpático, hijo de esa romántica Andalucía feudal, que se sentaba bajo los olivos a compartir tú por tú, el pan con los gañanes. Profundamente popular, los verdaderos amigos suyos, los inseparables, eran los mayorales que guardaban sus toros, los gitanos, los mozos de cuadra, toda la abigarrada servidumbre de sus cortijos, además de cuanto torerillo ilusionado rondaba sus dehesas. Cuando lo conocí ya andaba arruinado. Negocios absolutamente poéticos lo habían venido hundiendo en la escasez, casi en la pobreza.» (La arboleda perdida, Rafael Alberti)
Entre esos negocios poéticos, sea verdad o leyenda, estuvo el de crear una casta de toros de ojos verdes. Hazaña que me parece menor, comparada con la de dividir el mundo en dos partes: Sevilla y Cádiz.
Desde 1915, su casa sevillana estuvo en esta casa del siglo XVII que cierra el callejón donde arranca la calle de San Bartolomé, entre la casa de Mañara y el frente de casas que se unen a la parroquia. En 1976 la rehabilitó Luis Marín de Terán.