La revista Javeriana, recoge en su número 1349, una extensa reseña sobre «San Ignacio, el soldado de Dios» escrita por Carlos Julio Cuartas Chacón:
En 36 páginas refiere de manera sencilla la historia de ese hombre “al que en la guerra le rompieron una pierna y que para entrete-nerse leyó libros de santos».
No es fácil conocer en profundidad a una persona, menos aún si vivió hace varios siglos. Tampoco lo es contar en un texto escrito quién fue un individuo en particular: la mirada del autor y su habilidad de expresión siempre afectarán el retrato, lo mismo quhttps://maratania.es/autores/juan-pablo-navarro-rivas/e los ojos del lector, quien, en su mente, al final, le dará vida de nuevo y lo convertirá en recuerdo personal. Este contexto cobra particular relevancia cuando nos referimos a esos cuentos para niños que en pocas páginas y con ilustraciones atractivas tienen por objeto presentarles una figura histórica, un héroe, un santo, como lo es el fundador de la Compañía de Jesús.
Con el título ‘Ignacio de Loyola, el soldado de Dios’, en 2017 entró en circulación la obra de Juan Pablo Navarro Rivas, con ilustraciones de María Bullón Vives (editorial Maratania), dirigida al público infantil que, en 36 páginas, con pocas palabras, nos refiere de manera sencilla la historia de ese hombre “al que en la guerra le rompieron una pierna y que para entretenerse leyó libros de santos”. Esto es todo lo que sabe sobre Ignacio un niño convaleciente en su cama, llamado Lalo, -su nombre era Estanislao-, “con una pierna rota”, que “gastaba el tiempo con un videojuego”. La narración se origina en la sorpresiva visita que le hace un jesuita, amigo de la casa, el Padre Lecaroz, que casi resulta herido cuando entraba al cuarto del enfermo, quien “aburrido, cansado y nervioso, estaba frustrado con la partida”. Muy molesto, el muchacho acababa de “tirar el mando que, a toda velocidad, voló hacia la puerta que en ese instan- te se abría”. Lalo, luego de disculparse, aceptó que el P. Lecaroz le contara la historia de Ignacio, un hombre que había sufrido un percance similar al suyo.
El libro trae trece escenas de la vida de Íñigo, el “hijo pequeño de los Señores de Loyola”, la primera de ellas referida a las heridas que recibió en la defensa de Pamplona, “¡otro fracaso más!”, le advierte el P. Lecaroz a Lalo; porque a su juicio, “la vida llevaba -a Ignacio- de fracaso en fracaso”, a pesar de “sus grandes virtudes: no se daba nunca por vencido, era un hábil negociador, era franco. Dicen -señala el jesuita- que te- nía una mirada intensa”. Por otra parte, “cómo él reconocía, era dado a las vanidades del mundo: las armas, la gloria y el poder”. Cuando Lalo se entera de que las heridas de Ignacio fueron tan graves que se temió por su vida, le dice al Padre que “si se hubiera muerto,
¡qué poco habría tardado en contar su historia!”.
Los sucesos de la vida de Ignacio y las andanzas de este peregrino que en un momento dado puso a Dios en el centro de su vida, distrajeron un buen rato a Lalo, quien escuchó al jesuita. Le oyó hablar de Montserrat, Manresa, el río Cardoner; de Barcelona, Jerusalén, Alcalá, Salamanca, París; de dos capillas, la de Montmartre y la de la Storta; y finalmente, de Roma, donde tuvo lugar esa última etapa de la vida de quien había sido elegido como primer General de los jesuitas.
El epílogo de la obra sigue al mensaje final que deja el P. Lecaroz al niño: “solo somos libres cuando elegimos la voluntad de Dios. Ruega siempre para que en todo lo puedas amar y servir. La vida, en definitiva, es solo buscar la mayor gloria de Dios”. Entonces, Lalo queda solo, recapitulando la historia extraordinaria de Ignacio de Loyola; considerando la posibilidad de “diseñar un videojuego con su vida”, mientras una inquietante palabra le daba vueltas en su mente: discernimiento.
*Asesor del Secretario General