Lo conocí en el casino de Marchena y descubrí aquel día a todo un personaje. Su voz ronca, sus bromas socarronas, sus quejumbrosos achaques fruto de haber vivido, palidecían ante su pasión por la fotografía. Venía de tiempos en que los montajes fotográficos se hacían tras innumerables cortas y pegas y vuelta a fotografíar y los efectos en las imágenes sólo se podían conseguir en el laboratorio. Gustaba de transformar los colores de las fotos, y su maestría le había permitido exponer por todo el mundo. Con la llegada de los programas de edición, se había adaptado a ellos para dar cauce a su fecunda imaginación; podía hacer andar al mismo Cristo por las calles de Marchena, transformar un paisaje, jugar con los colores o representar sus más fantasiosos sueños.
Le acompañé en varias ocasiones a Santa Isabel y tuve la suerte de conocer su colección de fotos y a sus esplendidas mujeres, sus guadalupes, su mujer y su hija. Estaba feliz y de su cámara salió un libro fantástico: «El Colegio de la Encarnación, de la Compañía de Jesús a Colegio de Santa Isabel».
El año pasado, el autor del anterior libro, el admirable profesor Manuel Antonio Ramos, me llamó para que colaborase con él en la edición de un libro sobre la parroquia de San Sebastián. Volví así, a trabajar con Juan Antonio. Sus achaques habían empeorado y, sin embargo, se las ingenió para hace un sensacional trabajo. Sin embargo, tristemente, todavía no se había impreso el libro cuando tuvo el desgraciado accidente que, pasado un año, le ha llevado hasta su muerte el pasado 9 de febrero. Descansa en paz, Juan Antonio. Que Dios te guarde y que nosotros conservemos tu legado.