Tengo los suficientes años para recordar una calle Sierpes diferente; cuando era la casi única calle peatonal de Sevilla, existían corrillos de ganaderos que remataban sus negocios, uno podía entrar en los Corales donde habitó Belmonte o surtirse de los más variados objetos en sus sevillanos comercios, algunos centenarios. Poco a poco se fueron yendo: la Heladería Fillol, Deportes Z, Idígoras… De entonces, poco queda: La Campana, la Papelería Ferrer, la Capillita de San José, en la cercana calle Jovellanos, y poco más.
Sí, allí sigue esta capilla que levantó el gremio de carpinteros en honor de su patrón, algunas veces tranquila, otras veces llena a la hora de Misa, ofreciendo un remanso espiritual al reñido mercadeo que le rodea, asombrando con el fastuoso repertorio de retablos de madera que se desarrolla en su pequeño espacio: el retablo mayor cubre el presbiterio y se expande sin solución de continuidad con los retablos laterales; la asombrosa obra de Cayetano de Acosta de 1766, anterior a su obra maestra, el retablo mayor del Salvador.
Es la edad que no perdona, te desarraiga de los asideros de tu memoria y te hace forastero en tu propia casa. Por eso valoro cada zaguán que se abre, cada cierro que permanece, cada iglesia con fieles, que me rescatan una Sevilla más noble, más bella, más sabia y que poco a poco se nos va.
Precioso artículo, Juan Pablo. Pero creo que la capillita no está en Albareda sino en Jovellanos. Por cierto, a ver si nos vemos una mañana y te hablo de un libro que te gustará y para el que ando buscando «espónsores». Un abrazo. Ángel Pérez Guerra
Gracias, Ángel, seré benigno conmigo y me diré que he tenido un lapsus con lo del nombre de la calle. Nos vemos y me cuentas. Un fuerte abrazo, querido amigo.