♦ En 1470 la Iglesia de San Marcos sufrió un incendio provocado por la gente del conde de Arcos (Ponce de León) en sus luchas con el conde de Niebla y el duque de Medina Sidonia (Guzmán)
Me gusta especialmente encontrármela por la calle Castellar, donde su perfil va asomando tras las azoteas. Si elegimos la calle San Luis, pronto se intuye el cercano encuentro con uno de esos escenarios donde se representa el teatro de la vida; con Santa Isabel y santa Paula a sus espaldas, forma un espacio donde evocar tiempos que ya no son pero que nos hicieron y que, todavía hoy, mantienen su añejo sabor popular.
Fue el rey Pedro I (1350-1369) el que impulsó con fuerza la construcción de los llamados templos parroquiales sevillanos gótico-mudéjar tras el desgraciado terremoto de 1356. Con Santa Marina y Omnium Sanctorum, San Marcos es uno de sus más puros ejemplos. Son iglesias construidas en ladrillo con portadas abocinadas y de tres naves cubiertas con techumbres de madera, acompañadas con torres que reproducen a los antiguos alminares islámicos.
La esbelta torre de San Marcos alcanza los 22 metros de altura. Se decora con “sebka”, igual que la Giralda, en su parte más alta y con afiligranadas ventanas que disminuyen en complicación y tamaño mientras más nos acercamos al suelo. En 1603 Vermondo Resta le añadió el campanario.
En 1470 la Iglesia de San Marcos sufrió un incendio provocado por la gente del conde de Arcos (Ponce de León) en sus luchas con el conde de Niebla y el duque de Medina Sidonia (Guzmán). En las calles que le rodean se han vivido insurrecciones populares como la del Pendón Verde en 1521 o la del Motín de la calle Feria en 1652 y constituyeron la llamada Sevilla la Roja a principio del siglo XX; en 1936, fue de nuevo incendiada y permaneció cerrada al culto hasta 1970 cuando la abrieron los Padres Blancos.
Hará unos diez años, subí con Miguel Zapke a la azotea de la casa de vecinos rotulada con el número 1 para fotografiar la iglesia para el libro de Maratania, Sevilla, una mirada en el Tiempo. Unas encantadoras señoras descansaban en butacas en su patio. Amablemente nos permitieron subir y ellas, que vivían allí desde pequeñas, nos relataron los sucesos del 18 de julio del 36; cómo se formaron las barricadas y se incendió la iglesia, mientras que una de ellas, asustada, lo vivió todo debajo de su cama. Cuando las conocimos, su único temor era el de tener que abandonar sus viviendas dado su mal estado y que fueran compradas por una empresa de renta antigua. Temores, que al tiempo, creo, se hicieron realidad.
Y así, al darte la espalda, torre de San Marcos, medito como la vida va apartándose de los lugares que habitó, dejando solo ecos fugaces de una memoria que lucha por no sucumbir a los nuevos días.
También le puede interesar
(pulse en la imagen para ir al enlace)