La elección de Sevilla como sede de la Exposición Universal de 1992 supuso el acicate para una extraordinaria y rápida transformación de la ciudad: la creación de las nuevas rondas de circunvalación, la estación de Santa Justa de Antonio Cruz Villalón y Antonio Ortiz, destino del Tren de Alta Velocidad (AVE), el Aeropuerto de Rafael Moneo o los seis nuevos puentes sobre el Guadalquivir. Entre estos, se encuentra el Alamillo, obra de Santiago Calatrava Valls.
El puente del Alamillo es fruto de las búsquedas e inquietudes de Calatrava, influido por la tradición mediterránea y el organicismo europeo, y sus estudios de las formas de osamentas animales para inspirarse en el diseño de estructuras metálicas y de hormigón.
Un singular mástil de 162 metros de longitud y 140 metros de altura, inclinado 58 grados, salva una luz de 200 metros, unido al tablero a través de trece pares de cables. El Meditérranei se nos asoma en su forma que nos recuerda a una lira, a una vela latina o al Caballo de Troya. La colosal estructura parece vencer la fuerza de la gravedad y rivaliza con el símbolo eterno de Sevilla, la Giralda, a la que rebasa en altura y con la que compite en omnipresencia en la ciudad y como faro del viajero que se acerca a ella.
La Arquitectura contemporánea en Sevilla – De Lupiáñez a las Setas
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