El pasado cinco de noviembre fue el cincuenta aniversario de la muerte de Luis Cernuda. Su nombre evoca al exilio, a la soledad, a la incomprensión. Esta profunda experiencia de huída hacia dentro y hacia fuera se traslada a su breve retrato de José María Izquierdo escrito en su introspectivo Ocnos. En él refleja a cuantos sevillanos portan la pesada carga de su condición de tales, solos e incomprendidos a cambio de un gozo inefable, permaneciendo en esta Sevilla en la que Izquierdo «tiraba a la calle su talento»
Cernuda, ignorante de sus razones, se preguntaba:»¿Por qué se obstinó alicortado en su rincón provinciano, pendón de bandería regional para unos cuantos compadres que no podían comprenderle?». Y se respondía que «todo fue causa de un error de amor» pero, al concluir, reconoce que quizá «tal vez gozó gloria mejor y más pura que ninguna».
Y puede que, en realidad, a muchos sevillanos no les quepa otra que ser Izquierdo o Cernuda, convivir con los corazones vacíos o añorar los gozos azules. Y quizá, a los demás, sólo nos quepa ser corazones huecos que, de cuando en vez, alcazamos un efímero gozo.