Llevamos nuestro cuento de Santa Clara de Asís a su casa, al convento de clarisas de Santa María de Jesús. Fue una mañana luminosa de domingo. Escuchamos misa con la comunidad, acompañados por su delicioso canto del coro que forman y, después, entramos en la clausura para entregarles ejemplares de «Santa Clara de Asís – La Dama Pobre».
Entablamos una inolvidable conversación con la abadesa -sor Lucía-, con sor Angélica -que vino de Calabria a Sevilla para poder seguir su vocación de ser monja – y ¡¡con sor San Francisco!! La encantadora sor San Francisco, a quien va dedicado el cuento y que aparece en él: «Beatriz estaba sentada junto a su madre. Curioseaba una cajita de latón. Su atención se fijó en un manojo de estampitas atadas con una cinta marrón que les había regalado una monja clarisa amiga de su madre: sor San Francisco.»
Mi padre fue médico de las clarisas. De él queda el recuerdo agradecido de la comunidad y un azulejo de Nuestro Padre Jesús de la Pasión que él les donó y que se conserva en el claustro. Por eso, en su memoría, nos retramos junto a él.
Al marcharnos, acompañados por los paquetes con sus Dulces de San Pancracio, pensabamos lo mismo que Beatriz: «Realmente, estas monjas parecen pobres pero, en realidad, son las más ricas».
Además de a Clara, el cuento nos da a conocer de personajes femeninos de un carácter excepcional: su madre Ortolana, sus hermanas Inés y Beatriz, Inés de Bohemia, Pacífica…
Clara y Francisco de Asís son dos gigantes que siguen hoy día inspirando la vida de muchas personas. Este relato enseña, en buena medida, lo extraordinario de estas vidas con el ánimo de que transmitan su luz a las nuevas generaciones.
Juan Pablo Navarro Rivas