Como sevillano, no puedo dejar de querer y admirar a Jerez. Pero hay una espina que no me podré quitar, cada vez que quiero atravesarla, las indicaciones siempre me lleven al lugar contrario. Pero en Dios lo ve (un entretenidísimo tratado sobre arte de Óscar Tusquets) he encontrado la respuesta y una razón más para aumentar mi querer por esta bendita ciudad. Y es que siempre he admirado su británico porte aristocrático y resulta que Tusquets me confirma que Jerez es muy british:
«Como la red de vías… es propiamente una intricada red de geometría fractal, todos los caminos llevan a todas partes. Las pequeñas y pintorescas señales de los cruces pueden indicar lo que quieran, pues seguro que por aquel camino también se puede llegar a aquel sitio… y a todos los demás. Para no extraviarnos es imprescindible llevar planos muy detallados, de escala muy grande (de una milla por pulgada, como mínimo); y, si está nublado, una brújula no nos vendrá nada mal.
Parece que los británicos dan por supuesto que uno ha nacido por allí cerca y que se ha pasado la vida recorriendo aquellos caminos».
Y es que, como escribía Antonio Burgos, hay dos tipos de ciudades, aquellas que por mucho que quieras no logras acceder nunca al centro y en cuanto te descuidas acabas en la carretera para el pueblo vecino; y hay otras, hospitalarias, que por mucho que quieras salir, te atrapan en sus calles. Puedo proclamar que Jerez es la reina de estas últimas.