Author Archives: Maratania

Turismo de aventura en el Hotel Rusia de Moscú – 25

Hotel rusia
En la Plaza Roja, junto a la catedral de San Basilio, se levantaba el Hotel Rusia, el más grande del mundo. Este mamotreto alojaba en tiempos de la URSS a los miembros del PCUS, y cuando lo conocí, era otro de los vetustos hoteles donde apilar turistas y viajeros en la capital rusa.
5 de la mañana, 12º bajo cero, el taxi nos dejó frente a la entrada del hotel. Con maletas y bolsas de viaje para cuatros manos, entramos en el vestíbulo del hotel. A pesar de la hora, había cola en recepción. Después de la gélida y militar revisión de nuestra documentación, la recepcionista nos dio nuestras llaves.
Subimos a la planta, empezamos a andar, seguimos andando, continuamos andando. Por la numeración, la habitación no debía estar cerca. Llegamos a una esquina del hotel, donde había un restaurante. Los camareros dormían en los sillones. Uno de ellos, desperezándose, advirtió nuestra presencia y, con mal humor, se nos acercó. Por señas, logramos que nos indicase por dónde ir; bueno, en realidad, sólo nos señaló que “palante”. Empezamos a andar, seguimos andando, continuamos andando, pasamos un vestíbulo con ascensores, seguimos andando y, ¡horror!, el pasillo está cerrado. A través de las puertas de cristales, nos parece ver que detrás hay un hospital; así era, éste se incrustaba en esa planta del hotel. Damos marcha atrás y volvemos al restaurante. Gesticulamos de nuevo con el camarero y creemos entender que hay que bajar al otro piso para superar la clínica y, una vez al otro lado, volver a subir.
Otra vez, empezamos a andar, llegamos al vestíbulo de los ascensores y cogemos el más cercano. Pulsamos el piso de abajo, no funciona, el del piso de arriba, tampoco. Mala suerte. ¡Hay cuatro ascensores, alguno funcionará!. Ninguno. Probemos el botón del vestíbulo y volvamos a empezar. Sí, sí funciona. Se abre la puerta y, ante nuestros ojos, aparece una enorme sala vacía (el hotel tenía un vestíbulo por cada cara y éste no tenía uso). Al fondo, un solitario empleado del hotel deambulaba aburrido. Al vernos, se acercó. Algo de suerte, chapurreaba español y nos indicó cómo salir de allí. Así, que con su ayuda, logramos superar la clínica por una planta superior y volver a bajar a nuestra planta.
Empezamos a andar, seguimos andando, continuamos andando, doblamos otra esquina con un restaurante indescriptible y, por fin, ya estábamos cercanos a nuestra habitación. Ya sólo nos quedaba superar el último trámite burocrático de los hoteles ‘soviéticos’, la responsable de planta, si no tienes tu boleto de la habitación, de aquí no pasas tovarich. Tras una hora de turismo hotelero, por fin llegamos.
Bueno, pensaréis que si hubiésemos escogido el camino correcto la cosa no hubiese sido para tanto. Sí, es verdad, pero os aseguro que andando rápido y conociendo el camino correcto, tardábamos ¡veinte minutos!
Lo triste es que el hotel lo han derribado, por lo que, apasionantes aventuras como ésta, ya no están disponibles en las agencias de viajes. ¡Qué pena!

(Este artículo tuve la suerte de publicarlo primero en www.triplannet.com, una fantástica página web donde los viajeros comparten sus experiencias)
Juan Pablo Navarro
Maratania – Edición. diseño, maquetación y servicios editoriales – Sevilla
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Viva el fútbol y viva la mística – 24

jugar al fútbolSí, me gusta el fútbol; sí, lo reconozco. Abro los periódicos por la sección de deportes; sí, es verdad. No aguanto aquello de cómo te puede gustar ver a 22 personas en calzoncillos detrás de un balón; no, no lo soporto. Que por qué me gusta; usted me lo pregunta y yo se lo respondo: el fútbol te permite experiencias que pocas cosas te ofrecen ni pagando sumas astronómicas ni regalando el mayor de tus esfuerzos.
Se ha especulado mucho sobre la épica del fútbol y yo lo suscribo, el fútbol es la épica de nuestro tiempo. Pero el fútbol es más, el fútbol es mística. Cómo puede considerarse si no la experiencia de gritar goooooooooooooool. Pocas cosas podemos comparar al abrazo exaltado con el vecino de asiento que ni siquiera conoces; ni la más placentera paz del que contempla el sol hundiéndose en el mar resiste siempre victoriosa la comparación con ver ese balón atravesando la meta rival.
Sabemos del esfuerzo de años del opositor de notarías, de la inagotables horas para preparar una negociación, de las horas de viaje del que busca un destino pero ¿a cuántos que aprueban, tienen éxito o alcanzan su propósito han visto con la exaltación de un simple aficionado? y, si alguno de aquellos la alcanza, ¿cómo compararla a compartirla con miles de personas formando un solo eco? No, no hay comparación, no busquéis, mejor, id al fútbol.
Sí, id al fútbol y descubrid los grados de la mística porque, evidentemente, hay goles y goles. Hay goles adocenados que dan tanto placer espiritual como una canción de Lady Gaga y goles que te acercan a atisbar el misticismo de la música de Messiaen. Yo viví uno de ellos.
Levité, sí levite, lo repito lé-ví-té. No es una metáfora, no es una exageración, es una experiencia real. Un año antes era un hombre sin fe, había perdido toda esperanza de que mi equipo ganase algo y el mal amor de la envidia me fustigaba mientras por la mañana veía llegar a Sevilla a aficionados con camisetas barradas que venían de ganar una Copa. No, yo no lo viviría jamás. Era el 10 de mayo de 2006, mi rodilla llevaba meses dándome la lata y cojeaba y me dolía al mínimo esfuerzo. Luis Fabiano había marcado el primero, qué gol había gritado y con cuántos me había abrazado, y aquí llegó Maresca y entonces creí. Creí que por fin triunfaríamos, que mi esperanza contra toda esperanza llegaría y que la estruendosa alegría del amor a mi equipo estallaría y empecé a saltar, a saltar, a saltar. Sentí que mi rodilla ya no dolía, que no pesaba, que era ingrávido y un gozo supremo me colmaba. Levité, te digo que levité, que si me hubiesen dado el mundo lo hubiera levantado como Atlas, que todo el mundo era mi amigo, era mi hermano. Campeones, campeones, campeones. Hoy he vuelto a ver esos goles y el corazón me ha vuelto a latir con fuerza y me he emocionado. Ese momento no lo habría vivido sin el fútbol y yo, se los aseguro, soy de los tibios, imagínense los fanáticos.
Decidle, ahora, a los aficionados del Sevilla, del Betis o del Liverpool que el fútbol es ver a 22 en calzoncillos… Mejor, dejad de ser incrédulos y sed creyentes.
Middlesbrough 0-4 Sevilla, 10 de mayo de 2006, Sevilla campeón

El Caballo Español en los Museos Vaticanos desde 1514

El encuentro de León Magno con Atila - Rafael Sanzio, 1513-1514
Son ya unos cuantos años los que llevo colaborando con la ANCCE (Asociación Nacional de Criadores de Caballos de Pura Raza Española), sobre todo en el diseño y maquetación de su revista El Caballo Español. Por ello,  estoy atento a lo que leo sobre el PRE y no pudo dejar de llamarme la atención lo que escribe Vasari en su celebérrima “Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos” (la primera edición es de 1550):
Atila, sobre un caballo negro cuatralbo y de frente estrellada, tan hermoso como es posible, levanta la cabeza con temor y gira el cuerpo huyendo. Hay caballos muy hermosos, y especialmente un andaluz manchado, cabalgado por una figura con todo el cuerpo cubierto de escamas a guisa de pez, copiado de la columna Trajana, en la que hay gente armada de esa forma.

Detalle del caballo descrito por Vasari

Detalle del caballo descrito por Vasari

Vasari está describiendo El encuentro de León Magno con Atila, obra de  Rafael Sanzio, entre 1513-1514, uno de los frescos más conocidos de las Estancias de Rafael de los Museos Vaticanos. Aunque la morfología del caballo que describe no nos recuerde a la morfología actual del PRE, sí afirma que el concepto de caballo andaluz y, por extensión, caballo español o PRE (Pura Raza Español) era un concepto ya acuñado y extendido por Europa en la Edad Moderna. La mención tiene mayor importancia en el sentido de que las Vidas de Vasari se puede considerar la obra inaugural de la Historia del Arte y de que Rafael es uno de los mayores maestros de todos los tiempos. Desconozco si habrá citas más antiguas, pero me parece que pocas razas equinas podrán competir con una más añeja y de mejores padres.

Despacio que no lento – 22

Si algo admiro de la Andalucía que me vio nacer es la sabiduría del hacer despacio que no lento. Despacio es el tiempo que necesita lo importante, lo vital, lo trascendente. Lento es ir a una velocidad menor de la que el arte necesita. Despacio es el tiempo en su justa medida, en la medida de la eternidad. Y, por ello, cuando llega, su presencia es tan clara y conocida para el alma sensible que siente que el tiempo se detiene.
A todos se nos viene a la memoria los lances tópicos, mil veces aprehendidos: el pausado movimiento del capote, el cadencioso andar de los pasos de Semana Santa, el infinito ay de una soleá; la respiración tranquila, la frase clara, la oración sentida; la mirada, el oído, el paladar atento; el amor despacio, el trabajo hondo, la muerte en calma.
Despacio no es pereza, no es indolencia, no es desidia, es más bien el supremo esfuerzo, la mayor sabiduría, la senda difícil que lleva a lo perfecto. Porque lo que merece hacerse despacio son los actos supremos de belleza, de amor, de vida que habitan en lo más sutil, en lo más débil, en lo más estrecho. Despacio no se mueve cualquiera, sólo el tocado por la gracia. Sí, el tocado por la gracia, el más distinguido calificativo que un sevillano puede pronunciar: ¡qué gracia tienes!
Pues sí, aquí, deprisa, en este efímero medio, te halago, te añoro y te deseo, y algún día espero si no tenerte, al menos, contemplarte.

Juan Pablo Navarro
Maratania
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Casas sevillanas del XVI y del XVII – 21

Muestra de casas sevillnas desde el Barroco hasta la Edad Media ©Maratania
El siglo XVI trajo la apertura de los edificios a la calle. Hasta entonces dominó la falta de luces y ventanas hacia el exterior, como en la Casa del rey Moro, casa del siglo XV. Las fachadas siguen el modelo, que acabó imponiéndose en el seiscientos, por el que se abrieron a la calle ventanales y balcones, alcanzando paulatinamente el balcón principal cada vez mayor importancia y complejidad, proceso que culminó con los del Palacio Arzobispal o San Telmo. Esta evolución se inició en el XVI, como nos relata Pedro Mexía: “todos labran ya a la calle, y de diez años a esta parte se han hecho más ventanas y rejas a ella que en los treinta de antes”. El esquema de la casa-palacio sevillana, heredada de la tradición grecorromana y mantenida en la época islámica, se articula en torno al patio. A su alrededor se repartían las habitaciones de la casa y, tras ella, el jardín o huerto.
Los principales casas estaban repartidas por la ciudad, ya que la aristocracia se dispersó por ella, siendo a su vez, patronos de los templos de sus collaciones: Los Ribera se establecieron en la parroquia de San Esteban (Casa de Pilatos); el duque de Arcos en Santa Catalina (antiguo colegio de los Escolapios), el duque de Medina Sidonia en San Miguel (Plaza del Duque), los Pineda (Casa de las Dueñas) en San Juan de la Palma; los marqueses de La Algaba en Omnium Sanctorum, etc.
La casa de los marqueses de la Algaba, en la que destaca su balcón gótico mudéjar, fue levantada hacia 1474 y perteneció a éstos hasta 1882. Ejemplifica bien la tumultuosa vida del caserío sevillano; desde entonces, se utilizó como teatro, casa de vecinos, almacén e, incluso, sus jardines, como cine de verano. Finalmente, fue restaurado por el Ayuntamiento para usos municipales. Muchas no tuvieron la misma suerte y sucumbieron a la piqueta de un supuesto progreso.
(Extraído de Sevilla 360º de Editorial Maratania)

Portada de Casas Sevillanas desde la Edad Media al Barroco

Portada de Casas Sevillanas desde la Edad Media al Barroco con textos de Teodoro Falcón

P.D.: Los textos que ve en este artículo y en otros de la bitácora son de mi autoría, sin embargo, en noviembre de 2012 hemos publicado Casas Sevillanas desde la Edad Media hasta el Barroco con textos de uno de los máximos expertos en arquitectura sevillana, el catedrático Teodoro Falcón.

Juan Pablo Navarro
Maratania
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La Casa del Rey Moro, la más antigua de Sevilla – 20

Casa del Rey Moro - Joaquín Guichot

Casa del Rey Moro – Joaquín Guichot

La Casa del Rey Moro es la vivienda más antigua de las conservadas en Sevilla. Cercana al convento de Santa Paula, su fachada principal da a la calle Sol. En el XIX se transformó en casa de vecinos y hoy es sede de la Fundación Blas Infante.
Su fachada nos recuerda el aspecto de las casas mudéjares, sin vanos abiertos a la calle. No fue hasta el XVI cuando en las casas sevilanas empezaron a abrirse ventanas y balcones al viario. Las dependencias rodean el patio principal, lo mejor conservado del edificio: lo cierran en tres de sus caras arcos con pilares de variadas formas, octogonales, helicoidales o cilíndricos. El salón principal se cubre con una armadura de tirantas de estilo mudéjar.
El dibujo de Joaquín Guichot de 1876 es la imagen más conocida del edificio. En él se recrea el patio con las caprichosas formas de sus pilares. Editorial Maratania, en Sevilla 360º, como se ve en la imagen de cabecera, actualizó esta centenaria imagen.

Portada de Casas Sevillanas desde la Edad Media al Barroco

Portada de Casas Sevillanas desde la Edad Media al Barroco con textos de Teodoro Falcón

P.D.: Los textos que ve en este artículo y en otros de la bitácora sobre las casas de nuestra ciudad son de mi autoría, sin embargo, en noviembre de 2012 hemos publicado Casas Sevillanas desde la Edad Media hasta el Barroco con textos de uno de los máximos expertos en arquitectura sevillana, el catedrático Teodoro Falcón.

La Casa del Rey Moro en en "Casas Sevillnas desde la Edad Media al Barroco" - Maratania

La Casa del Rey Moro en “Casas Sevillnas desde la Edad Media al Barroco” – Maratania

Juan Pablo Navarro Rivas
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Miguel Zapke y la fotografía de 360º

Miguel Zapke - foto de Miguel Zapke

Miguel Zapke – foto de Miguel Zapke

Era el año 2000 y yo andaba despistado sobre cómo era eso de editar libros. Como muchas veces ocurre, se demostró que, cuando tienes una ilusión, mucha gente desconocida viene a ayudarte. Fue mi amigo Juan Vela quien me puso en contacto con Manolo Rodríguez, un Arturo (dícese del que trabaja o ha trabajado en Arthur Andersen) como nosotros, que por aquella época estaba en GPD. Él me presento a César Lorente, diseñador, y me habló de Miguel Zapke.

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Miguel había llegado desde Alemania en los años 80 y ya era un sevillano más y un poquito menos alemán. Él era un prestigioso fotógrafo y yo sólo tenía proyectos no muy claros en la cabeza. La cosa es que, todavía no me explico cómo, confió en mí e iniciamos el proyecto de “Sevilla una mirada en el Tiempo”. No olvidaré las fotografías que hicimos en la Catedral (donde no había luz, él la encontraba) o los buenos ratos en el archivo de su casa viendo y remirando fotos. En el Alcázar, llegamos a primera hora y nos dirigimos a la fuente de Mercurio: al llegar me dijo que había que esperar y, cuando los primeros rayos del sol superaron la Galería de Grutescos de Vermondo Resta e iluminaron la cabeza del Mercurio, disparó y acertó en una foto excepcional. El trabajo salió y edité mi primer libro. Maratania estaba en marcha.
Miguel Zapke montando una cámara de 360º
 
En tiempos en que el 3D no había llegado, el me hablaba de las fotos de 360º y que debíamos hacer un libro con ellas. Me pasé por su casa y me enseñó algunos positivos de medio formato; algunos alcanzaban casi el metro de longitud. La idea me agradó. Comprobé que hasta entonces no se había publicado ningún libro en España que tuviese como protagonista ese tipo de fotografía y de ahí salió  Andalucía 360º.
Fotografía de la calle Benjumeda de Cádiz - Foto Miguel Zapke
En esta fotografía del casco histórico gaditano se muestra como funcionan las cámaras de 360º. Miguel  se situó en el cruce de las calles Benjumeda y Sagasta e inició el giro en el tramo de la calle Sagasta que se encontraba a sus espaldas, siguió con la calle Benjumeda, de nuevo Sagasta en el tramo enfrente de él, a continuación la calle Benjumeda a su derecha y concluyó en el mismo punto donde había empezado.
Luego nos embarcamos en Sevilla 360º. En estos dos libros, volví a pasar con él momentos inolvidables: disfrutando de la Cartuja de Granada en el silencio de un edificio sin turistas, buscando localizaciones por Málaga o iluminando con mi coche la fuente de la plaza de Santa María en Baeza. Nos lo pasamos como nunca con el guía de la iglesia de San Luis, quien nos descubrió todos los simbolismos que encierra la iglesia.
Gané un amigo y, aunque nos vemos poco y no hemos vuelto a trabajar juntos, me alegro cada vez que charlo con él y filosofamos o desbarramos sobre este mundo del que tantas cosas cambiaríamos.
Miguel es un gran tipo, un hombre de fiar, cosa rara en estos tiempos, y un enorme fotógrafo. Si un día lo conocéis, veréis que digo la verdad.

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Y me bañé en los mares de la Luna – 15

Nada mejor que un buen baño en la luna“Y me bañé en los mares de la Luna” es el final de una historia infantil. En la clase de mi hijo Borja, de 5 años, cada semana uno de los alumnos lleva a su casa un cuaderno en el que tiene que relatar un viaje familiar. Lo estuvimos viendo y había mucho Orlando, mucho Eurodisney, mucho campo, mucha playa. Qué prosaico, me dije, que donde no lleguen los pies, llegue la cabeza. Borja, ¿te parece bien que viajemos a la Luna? ¡Bieeeeeeeeen! -gritó, con ese vocerío que nos estremece cada vez, que son muchas, que se quiere hacer notar.
Así que nos pusimos manos a la obra. Habíamos ido a la Luna y lo primero que teníamos que recordar era cómo lo habíamos hecho. Desechamos la idea del cohete, muy cara para nuestros pobres ingresos. Pensamos y pensamos, y claro, Borja sólo pudo ir en bici. Otra vez, Borja retumbaba: ¡Cohete Nooo, bici sííí, cohete NOOO, bici SÍÍÍ, COHETE NOOO, BICI, SÍÍÍ!
Un poco más sordos, salimos para la Luna. Sorteamos aviones, satélites, asteroides, ¡carril bici, ya!; pedaleamos y pedaleamos. Por cierto, ni una ventita, ni siquiera una gasolinera donde parar y tomar una cervecita (una sola, no más, que luego vienen los accidentes y la policía interestelar con las multas). ¡Boooorja!, deja de hacer eses y derrapar, que te chocas.
Por fin llegamos a la Luna. No os lo váis a creer, con lo atestadas que están siempre las playas, no había nadie; sólo un par de astronautas despitados con traje de buzo jugando a poner banderitas y… poco más. ¿Pero se puede hacer algo en la luna aparte de dar saltitos? Nosotros lo hicimos; una vez allí,  todo fue de lo más normal; igual que cuando se va de veraneo:  montar a caballo, jugar al tenis y, claro, bañarse en los mares de la Luna.